25/7/16

¿Sabes la diferencia entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros?

Por Javier Sanz - Zaragoza, España


Un error común que se acostumbra a cometer al hablar de la piratería de los siglos XVI, XVII y XVIII, es poner en el mismo saco a, por ejemplo, Sir Francis Drake, Henry Morgan y Edward Teach Barbanegra. ¿Qué hubiera pensado el primero, un noble marino leal siervo de la reina Isabel I de Inglaterra, al saber que lo comparaban con el tercero, un sanguinario delincuente del mar? Seguramente, no le hubiera gustado para nada. Esta equivocación tan común —incluso entre historiadores— proviene de la confusión de términos para designar actos delictivos en el mar, ya que, habitualmente, los términos pirata, corsario, bucanero y filibustero, se utilizan casi como sinónimos. Primero de todo, debemos tener en cuenta que estas cuatro palabras solo se pueden contextualizar a la vez en la historia marítima de América, sobre todo, del Caribe, ya que la piratería del Mediterráneo o del Mar de la China se regía por otros actores. Si bien existían piratas y corsarios, los bucaneros y los filibusteros eran exclusivos de la América Central. A pesar de que estos hombres y muchos de sus contemporáneos, así como los actos que cometieron, se agrupan bajo el gran paraguas que es el término piratería —por ser todos ellos actos de bandolerismo y pillaje a bordo de un navío—, existen diferencias suficientemente significativas entre ellos como para poder distinguirlos.



En primer lugar tenemos a los piratas —cuyo vocablo procede la palabra griega peirates, que no es otra cosa que un aventurero del mar—, cuya presencia en el mundo es tan antigua como la navegación. Sin embargo, durante los siglos XVII y XVIII vivieron su época dorada, atacando libremente navíos e instalaciones de las coronas portuguesa y española. Estos ataques, a pesar de que se centraban en las posesiones de estas dos potencias europeas, no tenían detrás un significado nacional, ya que los piratas, procedieran de dónde procedieran, atacaban indiferentemente a cualquier navío que les pudiera dar beneficios en forma de riquezas de todo tipo. Los ejemplos más claros de piratas fueron Edward Teach Barbanegra, Calico Jack Rackham y Bartholomew Roberts Black Bart.

Barbanegra

Por otro lado, ya desde mucho antes de su aparición en el caribe, existieron los corsarios, cuyo grado de delincuencia fue y es motivo de controversia, ya que muchos los consideraban delincuentes y otros héroes nacionales. Los hombres y navíos que eran denominados corsarios, viajaban bajo la protección de una patente de corso —palabra procedente del latín cursus, carrera—, un documento en el que un rey les daba autorización a atacar barcos y enclaves de las potencias enemigas. En este sentido, fue muy habitual, en una América Colonial dominada por castellanos y portugueses, que las coronas de Francia, Inglaterra y Holanda, incluso siendo aliadas de alguna de las primeras, autorizasen a diversos barcos y capitanes atacar las posesiones de las potencias peninsulares. Estos ataques, si bien en muchas ocasiones reportaban beneficios económicos, su único objetivo no era robar, sino también entorpecer las actividades comerciales que se realizaban en los territorios enemigos; así como detener el transporte de riquezas hacia el Viejo Mundo y, de este modo, complicar el mantenimiento de las guerras en Europa, por ejemplo. Fueron corsarios hombres como Sir Francis Drake, Walter Raleigh o Henry Morgan.

Sir Francis Drake

De entre los protagonistas exclusivos del Caribe, unos fueron los filibusteros. El origen de esta palabra es muy confusa, hay autores que defienden su origen en la palabra holandesa vrij buiter —el que captura el botín libremente—, traducida al inglés como free booter y al francés como flibustier. Para otros, en cambio, procede del vocablo holandés vrie boot, que se traduce al inglés como fly boat o embarcación ligera, describiendo el tipo de naves utilizados para cometer sus ataques. Estos hombres, que al principio actuaron por libre atacando naves pequeñas sin alejarse demasiado de la costa, fueron los primeros en convertir la piratería en algo más que un delito, llegando a crear una sociedad filibustera en las costas de Santo Domingo y la Tortuga, llamada la Hermandad de la Costa. Sin embargo, con el paso del tiempo, los gobiernos europeos vieron una utilidad en los filibusteros, y acogieron a muchos para que centrasen sus ataques sobre los territorios enemigos de sus patrocinadores, convirtiéndose en un punto medio entre el pirata y el corsario, pudiendo hablar de piratas domesticados. Seguramente, uno de los filibusteros más conocidos fue Jean David Nau, más conocido como François l’Olonnais, que se convirtió en el terror del Caribe durante casi veinte años.

François l’Olonnais

Finalmente, pero no menos importante, vamos a ver quiénes fueron los bucaneros. Estos hombres, cuyo origen es exclusivamente caribeño, en un principio eran cazadores de reses y cerdos salvajes de las islas. Su nombre procede del procedimiento, de origen indígena, que utilizaban para asar y ahumar la carne, llamado boucan. Esta carne era vendida en la costa a los navíos que ahí recalaban. Al ser perseguidos por las autoridades coloniales en Santo Domingo, principal enclave bucanero, muchos de ellos abandonaron su oficio para convertirse en piratas, como dijo Gosse “de matarifes de reses, se convirtieron en carniceros de hombres“. Tanto por el tipo de ataques, cercanos a la costa, como por su proximidad cronológica y geográfica, muchos bucaneros se fusionaron con los filibusteros, formando las primeras tripulaciones cuyo único fin eran los actos de piratería, llegando a formar parte, también de la Hermandad de la Costa.

Aún habiendo presentado a estos cuatro estilos de piratería, nunca debemos olvidar que no eran compartimentos estancos, es decir, lo más habitual era que los hombres que una vez fueron piratas, pasaran a ser corsarios, o viceversa; del mismo modo que muchos bucaneros acabaron siendo filibusteros, para después pasar a ser corsario. Por lo que podríamos afirmar que había una alta tasa de permeabilidad entre los diferentes grupos de bandoleros marinos. Como hemos visto, tanto corsarios, como filibusteros, como bucaneros y piratas, tuvieron su momento de gloria, sin embargo, fueron los últimos los que, con el tiempo, permanecieron en el imaginario popular. Estos personajes, a pesar de ser delincuentes, rufianes y peligrosos, pasaron de ser diablos a convertirse en héroes románticos, que si bien podían robar y matar, lo hacían para defender su vida en libertad, lejos de los dominios de los grandes monarcas europeos.

Colaboración de Francesc Marí Company
Fuente: http://historiasdelahistoria.com/2015/07/08/sabes-la-diferencia-entre-piratas-corsarios-bucaneros-y-filibusteros

10/7/16


Para quién se escribe
                                                                                                                                                                

Por Amilcar Bernal Calderón

La asociación de ideas resultante de la coincidencia entre un libro de la biblioteca rayado por un vándalo lector y el recuerdo de la imposible lectura de la novela Ulises, de don James Joyce, posibilitó que en esta madrugada de sábado insomne, tratando de leer a don Julio Cortázar, me haya dado por escribir este exabrupto, que seguramente no será publicado por nadie que respete los monumentos y se incline ante los mitos que la inercia erige. Me refiero a la inercia, porque estoy acostumbrado a que en el ámbito literario se convierte en norma lo que cualquier crítico proclama, aunque el pobre se haya equivocado o esté loquito o le hayan pagado (alguna editorial necesitada de vender un ladrillo disfrazado de novela) para que afirme lo que afirma. Agradezco recordar que al pobre gerundio le cayó la roya desde cuando un crítico dijo que estaba mal usarlo en literatura, o el caso del cuento chino de que en los cuentos es más valioso lo que se oculta que lo que se dice, la teoría del iceberg, que sirvió para vender muchas veces los tontos cuentos de don Ernest Heminway. Ojalá se despierten los polemistas y la emprendan contra mí, lo que me hará sentir vivo a pesar de lo mortuorio de mi edad.
Ya la semana pasada había abandonado la lectura de la novela El examen, también de don Julio, y me había quedado en la boca el regusto amargo del recuerdo de mis vanos intentos de leer Ulises, del irlandés de marras, amén de mis lecturas de Rayuela y Sesenta y dos, modelo para armar, del recordado Cronopio, que en su momento, cuando era joven y soberbio, me habían gustado. Nótese que ya anteriormente me había disgustado, en los cuentos de Cortázar, esa fastidiosa y persistente utilización de la coma donde debiera ir punto y coma o punto seguido, lo cual agradezco me sea explicado, o sustentado literaria y sabiamente, por alguno de los que se vayan lanza en ristre contra mis exabruptos. Pero también aclaro que encuentro muy poética la prosa cortazariana, a pesar de los problemas arriba citados, para mí, tanto que gozo mucho abriendo sus citadas novelas en cualquier página y dejándome llevar por sus figuras, sus imágenes, sin necesidad de enterarme del argumento de ellas. Recomiendo la lectura del poemario Algunos pameos y otros prosemas, de don Julio Cortázar (¡sí, también era poeta, sí, oh, sí!), que publicó Plaza & Janés Editores, S.A. en el año 2000. Yo puedo prestar el ejemplar que tengo, siempre y cuando quien me lo pida no sea político, cura o militar.
Hoy estoy abandonando la lectura de la novela Divertimento, también de don Julio, a quien parece que se la monté, in memoriam, porque la encuentro, igual que todas las anteriormente citadas, plagada de palabras abstrusas, de citas en inglés y francés, crípticas alusiones a pintores, literatos y músicos, amén de las incoherencias de sus personajes que, a mí que tengo experiencia en esos viajes, me parece que “se la fumaron verde”.
Cito, para comenzar, el prólogo escrito por don José María Valverde para la 8.a edición de Ulises, editorial Bruguera, 1983, que dice así:
“La mejor manera de leer Ulises sería zambullirse directamente en sus páginas, dejándose llevar por el poderío musical y ambiental de su palabra, y encomendando confiadamente sus oscuridades a la esperanza de una gradual familiarización con la obra. Sólo para la relectura -esencial como en toda gran cima de la literatura universal- sería ya plenamente lícito utilizar informaciones y referencias externas. De hecho, lo relatado en Ulises es sencillísimo, y aun vulgar: la dificultad del libro radica en que su autor, como gran poeta que es, aunque en prosa, tiene una viva memoria verbal –incluso auditiva- y no sólo incorpora las innumerables asociaciones lingüísticas que hay en su mente –citas literarias, trozos de óperas, canciones, vocablos extranjeros, chistes y juegos de palabras, términos teológicos y científicos, etcétera- sino que supone que el lector debe tener el mismo don de buena memoria –aparte de que, lo que ya es demasiado pedir, ha de poseer su mismo archivo de recuerdos sonoros…”
Les informo que este prólogo tiene una extensión de sesentaicinco páginas, porque seguramente el prologuista se extendió tratando de convencer al lector de que leyera la novela, a pesar de lo descorazonador (para los lectores como yo, que ven la literatura como una fuente de diversión, no de sabiduría) del comienzo del prólogo.
Ahora bien, antier, cuando llegué al mostrador de la biblioteca donde tramitan el préstamo de los libros, ojeé el ejemplar de Divertimento y encontré que el anterior lector –que ojalá se pudra en el infierno de los libros quemados por los inquisidores de todas las pelambres- había subrayado con lápiz las palabras que no entendía, montones, lo que fue, seguramente, la primera piedra de este castillo que está sacando de sus casillas a los literatos prepotentes que leen y escriben para descrestar calentanos, sin interesarse por la claridad y sencillez –no ajenas al buen arte- que debe acompañar a una obra destinada a divertir por la vía del asombro. Nótese que leyendo a Gabo, por ejemplo, varias veces en una misma página me he quedado sin aliento, tomado por esa alegría visceral y paralizante que contagia el ingenio, la genialidad, mientras en una misma página de las arriba citadas novelas, varias veces he sentido la necesidad de acudir al diccionario, a un buscador de internet, lo cual es un factor de distracción que hace perder el hilo de la narración y es la causa del abandono de la lectura.
Es bien probable que don Julio haya tratado de emular a don James, y a fe mía que lo consiguió en estas novelas y algunos de sus relatos (escritas para sabios, académicos, críticos, melómanos, lingüistas, estudiosos, ñoños, etc.), pero eso únicamente los iguala en el panteón de lo críptico, lo ilegible, lo desechable, que no es el cielo al que diariamente me lleva la buena literatura, y me obliga a formular la pregunta que da título a este disparate que seguramente se ha de comer el cajón de la basura.

 Con-fabulación No. 420 - Colombia