31/12/16

FINAL DE AÑO
por Jorge Luis Borges
                                                                                                                                        


Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del tiempo;
es el asombro ante el milagro
que a despecho de infinitos azares,
que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito
perdure algo en nosotros:
inmóvil, algo que no encontró lo que buscaba.


Unn LIBRE N° 322 - Caracas (Venezuela)
www.unionlibre.rakumin.org/

23/12/16

CUENTO DE NAVIDAD

RAY BRADBURY


                                                                                                        

El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque excedía el peso máximo por pocas onzas, al igual que el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-¿Qué haremos?
-Nada, ¿qué podemos hacer?
-¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.
-¿Qué…? -preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer “día”. Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
-Quiero mirar por el ojo de buey.
-Todavía no -dijo el padre-. Más tarde.
-Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-Espera un poco -dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-Hijo mío -dijo-, dentro de media hora será Navidad.
-Oh -dijo la madre, consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.
-Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre.
-Pero… -empezó a decir la madre.
-Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es casi la hora.
-¿Me prestas tu reloj? -preguntó el niño.
El padre le prestó su reloj. El niño lo sostuvo entre los dedos mientras el resto de la hora se extinguía en el fuego, el silencio y el imperceptible movimiento del cohete.
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-No entiendo.
-Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-Entra, hijo.
-Está oscuro.
-No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
-Feliz Navidad, hijo -dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.
 
Con-fabulación No. 438 - Colombia

25/11/16

FIDEL
                                                                                                                   

                                
Por Eduardo Galeano

Tomado del libro "Espejos. Una historia casi universal" (2008)



Sus enemigos dicen que fue rey sin corona y que confundía la unidad con la unanimidad.

Y en eso sus enemigos tienen razón.

Sus enemigos dicen que si Napoleón hubiera tenido un diario como el «Granma», ningún francés se habría enterado del desastre de Waterloo.

Y en eso sus enemigos tienen razón.

Sus enemigos dicen que ejerció el poder hablando mucho y escuchando poco, porque estaba más acostumbrado a los ecos que a las voces.

Y en eso sus enemigos tienen razón.

Pero sus enemigos no dicen que no fue por posar para la Historia que puso el pecho a las balas cuando vino la invasión, que enfrentó a los huracanes de igual a igual, de huracán a huracán, que sobrevivió a seiscientos treinta y siete atentados, que su contagiosa energía fue decisiva para convertir una colonia en patria y que no fue por hechizo de Mandinga ni por milagro de Dios que esa nueva patria pudo sobrevivir a diez presidentes de los Estados Unidos, que tenían puesta la servilleta para almorzarla con cuchillo y tenedor.

Y sus enemigos no dicen que Cuba es un raro país que no compite en la Copa Mundial del Felpudo.

Y no dicen que esta revolución, crecida en el castigo, es lo que pudo ser y no lo que quiso ser. Ni dicen que en gran medida el muro entre el deseo y la realidad fue haciéndose más alto y más ancho gracias al bloqueo imperial, que ahogó el desarrollo de una democracia a la cubana, obligó a la militarización de la sociedad y otorgó a la burocracia, que para cada solución tiene un problema, las coartadas que necesita para justificarse y perpetuarse.

Y no dicen que a pesar de todos los pesares, a pesar de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, esta isla sufrida pero porfiadamente alegre ha generado la sociedad latinoamericana menos injusta.

Y sus enemigos no dicen que esa hazaña fue obra del sacrificio de su pueblo, pero también fue obra de la tozuda voluntad y el anticuado sentido del honor de este caballero que siempre se batió por los perdedores, como aquel famoso colega suyo de los campos de Castilla.


26/10/16

Halloween, Sleepy Hollow y las calabazas                                


Por Javier Sanz - Zaragoza, España

En estas fechas cercanas a noviembre, de cambios horarios y de temperatura, hay una festividad que todos conocemos, la festividad de Todos los Santos. En España es algo común en este inicio de noviembre llevar flores a las tumbas de los seres queridos fallecidos, relatar ante el calor de la chimenea historias de terror y también es fecha de los conocidos “huesos de santo”, un postre de mazapán típico de estas fechas. Sin embargo, es cada vez más frecuente ver la irrupción en escena de la festividad norteamericana de Halloween.

El origen de estas calabazas típicas de estas fechas se remonta a una leyenda irlandesa y se hizo muy popular en Estados Unidos en el siglo XIX. Dicha leyenda sostiene que esas calabazas huecas con una vela dentro, llamadas “Jack-o-lantern“, son para recordar al malvado de Jack, un hombre cruel, vengativo y tacaño que al morir no pudo entrar ni en el cielo ni en el infierno. Por ello, fue condenado a vagar eternamente por el mundo con la única ayuda de dicha linterna -la linterna de Jack-. Como apunte curioso, la leyenda inicialmente hablaba de un repollo linterna en lugar de una calabaza.


Los otros aspectos de Halloween tienen mucho que ver con la obra del escritor estadounidense Washington Irving, La leyenda de Sleepy Hollow y el jinete sin cabeza (1820). Sleepy Hollow es un lugar real, con una historia y un pasado; pese a que no se sabe la fecha exacta en la que los holandeses llegaron al lugar, si que se sabe que en los primeros días de la fundación de las colonias de los nuevos Países Bajos hubo enfrentamientos entre holandeses y tribus nativas locales. La única referencia a Sleepy Hollow es un documento del siglo XVII que menciona al lugar como Slapershaven, cuya traducción literal es “Puerto durmiente”. Durante el transcurso de las guerras entre holandeses e ingleses en el Nuevo Mundo, Slapershaven y todo el territorio circundante de la colonia holandesa pasó a manos de la corona británica sobre el 1665, pasando a llamarse North Tarrytown. Washington Irving, como Gustavo Adolfo Béquer con el Moncayo, Trasmoz y otros lugares “embrujados” de España, se inspiró en los paisajes y lugares de este lugar de Estados Unidos para escribir el relato que lo llevaría a la fama, la leyenda de Sleepy Hollow. Como nota curiosa, el relato de Washington Irving alcanzó tanto éxito y popularidad dentro y fuera de EEUU que en 1996 cambiaron oficialmente el nombre de North Tarrytown por el de Sleepy Hollow.


El jinete sin cabeza es un personaje clave junto con el joven y supersticioso profesor Ichabod Crane en el relato de esta leyenda. Sobre la identidad de este misterioso y aterrador jinete, el relato de Irving deja muchos cabos sueltos, por un lado se piensa que es un soldado desconocido que perdió la cabeza por un cañonazo durante el transcurso de la Guerra de la Independencia norteamericana. Desesperado, dicho jinete cabalga hacia la batalla en busca de su cabeza atacando a todo aquel que ose interponerse en su camino. Por otro lado, podría señalar a uno de los protagonistas del triángulo amoroso formado por Ichabod Crane, Katrina Van Tassel y Abraham “Brom Bones” Van Brunt -que finalmente se llevaría el gato al agua-. Después de declararse a Katrina, el jinete persigue a Ichabod por aquel lugar rodeado de misterio, atravesando el puente que cruza el río Pocantico hasta el cementerio de la iglesia holandesa de Sleepy Hollow. Ichabod, confiado en que una vez cruzado el puente el jinete se desvanecería en un “destello de llamas y azufre”, ve horrorizado como el jinete encabrita al caballo y le arroja su decapitada cabeza. Ichabod desaparece en “misteriosas circunstancias” dejando tras de sí su caballo, su sombrero y una misteriosa calabaza destrozada en el lugar y, por supuesto, “Brom Bones” se casa con Katrina.

Pese a todo lo que aparece en el relato de Washington Irving, lo cierto es que ya existían antes varias versiones y leyendas de jinetes sin cabeza, concretamente en Irlanda. Dicho jinete es conocido como Dullahan y cabalga a lomos de un caballo negro. Dullahan es tan aterrador como el jinete del relato de Irving, pues la cabeza de Dullahan tiene una horrible sonrisa de oreja a oreja y cuando cabalga la lleva siempre bajo uno de sus brazos. La cabeza brilla intensamente a modo de linterna y la leyenda sostiene que cuando Dullahan baja de su caballo, se produce la muerte de la persona que nombra. En Escocia, el jinete sin cabeza se llama Ewan, un escocés que murió decapitado en una batalla entre clanes en la Isla de Mull. La muerte le llegó cuando iba a ser nombrado jefe de su clan, y tanto Ewan como su caballo se aparecen en los alrededores del lugar donde murió. Los hermanos Grimm también tienen relatos similares sobre jinetes sin cabeza, cambiando la localización y los personajes. En Alemania también hay más versiones que las de los hermanos Grimm, una de ellas presenta al jinete sin cabeza como una especie de justiciero que va a la caza de criminales y asesinos, y en otra es un infernal cazador con jaurías de perros negros con lenguas de fuego.

Para terminar, la palabra que hoy conocemos todos como “Halloween” proviene de “All Hallowed Eve“, víspera de Todos los Santos o vigilia de Todos los Santos. Es más, hay que decir que la verdadera festividad de Halloween es celta y tiene más de 3000 años. En estas fechas, la tradición celta sostenía que los muertos regresaban a la tierra y los druidas trataban de evitar la influencia de los “malos espíritus” mediante conjuros e incluso sacrificios humanos o de animales. Estas fechas eran conocidas por los celtas bajo el nombre de “Samhain” o “Fin del verano“… Nada que ver con el Halloween actual.


Colaboración de Pedro Sanmartín
Fuentes e imágenes: La leyenda de Sleepy Hollow y otros cuentos de fantasmas – Washington Irving, North Tarrytown Votes to Pursue Its Future as Sleepy Hollow, El origen de Halloween

11/10/16

OLGA OROZCO, LOS OJOS DE LA NOCHE

                                                                                                                                                      


Por César Seco *

1 | Cuánto de noche se le escurría en el sueño. Cuánto de sueño fue convirtiendo su alrededor en sombra. La realidad se le escurría por esos enormes ojos que le abrió la noche. Como lo refiere Jacobo Sefami en una entrevista que la poeta le concediera durante una estadía en Nueva York, la poesía de Olga Orozco fue una “persistencia en la búsqueda de la revelación, de ese otro lado desde el cual se explica la propia realidad mutante y escurridiza”. Esto que bien precisamos leyéndola.

Como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar,
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo
para sustituir los jardines del edén sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás todos los alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer ya destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.

(En el final era el verbo)


Pudo incidir en esa su particular percepción, el trato que de niña tuvo con su abuela, quien tenía una visión animista del mundo, heredada de sus antepasados celtas. Ella transmitía oralmente a la niña toda esa visión mágica que la acompañaba desde la sangre. Le refería que todo lo que nombramos mundo, era movimiento perpetuo, en que las cosas, los objetos, están siempre al acecho de nosotros, para bien o para mal, para revelarnos algo o para perturbarnos, para salvarnos o para arrojarnos al insondable abismo. A diario la abuela le relataba cuentos fantásticos, que de seguro su memoria ya fatigada por los años modificaba constantemente. No faltaban en esos cuentos toda esa progenie de maravillas y sortilegios: duendes, demonios, hadas, extraños y asombrosos animales, que fueron poblando la imaginación de la niña. En principio, estos cuentos le infundían miedo, pero pronto esto fue desapareciendo, porque a fin de cuentas “la abuela se las arreglaba para que hubiera salvaciones milagrosas”, dijo.

Lo otro que sin duda hizo más febril su imaginación fue el paisaje de su natal Toay, ubicada en la árida pampa argentina, poblada de dunas, lo cual ella refirió de esta manera: “de chica he visto los médanos cambiar de lugar de un día para otro, porque el viento sopla con fuerza. Se supone que allí hubo un mar en alguna época; la arena es como arena marina. Es bastante extraño asomarse a una ventana y no ver el médano que estaba antes de ayer… como hay grandes zonas desérticas, sin vegetación, cada pequeño objeto –un hueso, una piedra- toma un relieve importantísimo, desmesurado, como podría ocurrir dentro de un cuadro surrealista”. Intuimos, como habitantes también de zona árida, que cualquier presencia aislada adquiere en este medio las características de una revelación, de una aparición súbita. Ella lo expresó mejor así: “El horizonte es inmenso por todos lados; los atardeceres son interminables, melancólicos. Entonces, entre eso y la ascendencia siciliana, que todo lo hace excesivo, que todo lo convierte en más: los perfumes, los colores, la luz… naturalmente sale una naturaleza desmesurada, como la que tengo”.

Inferimos que a ella el surrealismo le venía por naturaleza, claro todo esto que vino a constituir su particular visión poética fue matizada por la relación que tempranamente estableció con otros poetas, aquellos que fueron sus compañeros de ruta, la llamada generación del 40, especialmente con Enrique Molina y con Aldo Pellegrini, autor éste de la Antología del Surrealismo en América que fuera elogiada por André Bretón. Por afinidades estéticas, más que conceptuales, a Olga Orozco también se le relaciona con otros poetas de los cuarenta y cincuenta, posteriores todos a ese primer momento de la vanguardia hispanoamericana que tuvo a Neruda y a Vallejo como influyentes: los chilenos Humberto Díaz Casanueva y Gonzalo Rojas, los venezolanos Juan Lizcano y Juan Sánchez Peláez, los peruanos César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, el mexicano Octavio Paz y el colombiano Álvaro Mutis, entre otros. Claro, en todo esto cabe la propia aclaratoria de la poeta, lo cual permite reconocer el cauce y curso que siguió su creación: “… yo nunca pertenecí al surrealismo, por más que me embanderen también en él. Hay una actitud semejante ante la vida, tal vez. Porque hay una gran valoración de lo onírico, de los diversos planos de la realidad (no precisamente del inmediato y visible, 24), de las sensaciones, del mundo mágico, y sobre todo una exaltación del amor, de la libertad, de la justicia. Es decir, sólo actitud ante la vida, pero yo nunca hice escritura automática; y si intento hacerla, me desvío a la plegaria”.

Cuando falleció, Ana Becciu quien fue una de esas amistades entrañables con las que Olga Orozco compartió los últimos treinta años de su vida, escribió para Letras Libres un sutil y hondo retrato, del cual entresacamos este párrafo que nos precisa mucho más la posible genealogía de la autora de Los juegos peligrosos y de otros libros capitales de las letras hispanoamericanas. Becciu afirma allí que “tan decisivo como el surrealismo para su poesía fue su temprana lectura del poeta lituano Lubicz Milosz y del español Luis Cernuda. Siempre leyó a Milosz, siempre hablaba de él, sabía muchos de sus poemas de memoria y los recitaba a menudo. Hasta el último día de su vida en la mesa del comedor de su casa tuvo al alcance de la mano la antología de poemas de Milosz traducidos por Augusto D'Halmar en 1922… El verso largo del lituano Olga lo transformó y lo moldeó hasta convertirlo en el instrumento característico de su poesía: su verso libre adquiere proporciones de versículo portador de imágenes subconscientes u oníricas muy coherentes, que dan por resultado poemas perfectamente estructurados. "Nunca he pasado de una línea a la siguiente si la anterior no estaba perfectamente admitida por mi conciencia", dijo en una ocasión. No tiene equivalente en la poesía argentina. Es un arte del que sólo ella tuvo el secreto. Tan imposible es de imitar que supongo que puede ser una razón para que no haya tenido seguidores”.

Entre sus confesiones, siempre profundas, resulta interesante saber que de niña y de adolescente la poeta leyó mucho la Biblia y que tal vez sea de allí que le vino ese ritmo salmódico que caracteriza sus poemas, cercanos a la plegaria. Desde luego, no basta con indagar el posible génesis de su obra, sino comprendiéramos que tras esta concepción de la sacralidad del verbo poético, está toda la tradición del Romanticismo alemán, el cual le fue decisivo en el sentido de revelarle el carácter sagrado de la palabra y a la vez advertirla sobre los riesgos que entraña el trato con ésta; es decir, la locura, ese castigo que los dioses infligen a quienes sobrepasan los límites de lo estrictamente humano. En vida a Olga Orozco no cesaron de perseguirla eso que ella llama angustias extremas, por ejemplo eso que señaló a Sefami, eso de haber sentido muchas veces una especie de extrañamiento de su propio cuerpo, experiencia llevada al extremo en Museo salvaje, pero que está presente en toda su poesía:

Me moldeó muchas caras esta sumisa piel,
adherida en secreto a la palpitación de lo invisible
lo mismo que una gasa que de pronto revela figuras
emboscadas en la vaga sustancia de los sueños.
Caras como resúmenes de nubes para expresar la intraducible travesía;
mapas insuficientes y confusos donde se hunden los cielos y emergen los abismos.
Unas fueron tan leves que se desgarraron entre los dientes de una sola noche.
Otras se abrieron paso a través de la escarcha, como proas de fuego.
Algunas perduraron talladas por el heroico amor en la memoria del espejo;
algunas se disolvieron entre rotos cristales con las primeras nieves.
Mis caras sucesivas en los escaparates veloces de una historia sin paz y sin costumbres:
un muestrario de nieblas, de terror, de intemperies.
Mis caras más inmóviles surgiendo entre las aguas de un ágata sin fondo que presagia la muerte, 
solamente la muerte, 
apenas el reverso de una sombra estampada en el hueco de la separación.
Ningún signo especial en estas caras que tapizan la ausencia.
Pero a través de todas, como la mancha de ácido que traspasa
en el álbum los ambiguos retratos,
se inscribió la señal de una misma condena:
mi vana tentativa por reflejar la cara que se sustrae y que me excede.
El obstinado error frente al modelo.

(Los reflejos infieles)


2 | ¿Desde cuándo leemos a Olga Orozco? Me pregunto y me respondo en el momento de cruzar una esquina y divisar una puerta a lo lejos. Desde hace mucho, me digo en mis adentros, algo, no tanto quizá en cantidad de tiempo; 25 años hará que conversábamos de poesía con nuestro amigo Ernesto Zaléz, en ese recorrido que de jóvenes hacíamos por la ciudad solar para matar el tedio, para resistir el peso de su silencio aplastante, cual Olga pudo sentirlo frente a la dunas de la pampa; nos tomábamos unos cafés o si había llovido en nuestros bolsillos algo de vil metal, una cervezas frías que apaciguaban el inclemente sol. Recuerdo que Ernesto soltó el nombre de Olga Orozco y en un instante se hizo noche, recuerdo también que dijo algunos versos que estaban prendidos de su memoria de lector adolescente, esos versos no los recuerdo ahora, pero han podido ser estos:

No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.
Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.
Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo con la lengua cortada.
¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?

(Con esta boca, en este mundo)


“Quería descubrir a Dios por transparencia”,
 este verso que precisa uno de los motivos esenciales de su búsqueda, que entraña lo que sus estudiosos han denominado “la dimensión religiosa y la indagación metafísica de su obra, es entendible a partir de una clave afirmación suya, donde dice “de que con Dios lo que nos ha ocurrido es un desmembramiento”, no su muerte como entendió Nietzsche, sino una separación. Y es en uno de sus poemas donde nos lo clarifica mejor: “Es víspera de Dios. Está uniendo en nosotros sus pedazos”. Nos sugiere que “mientras todos no encontremos a Dios, él estará disperso”. Es el exilio mayor que se vive, es la unidad perdida y que a su ver es el difícil camino que el poeta ha de desandar en su aventura interior, tan llena de peligros y de pocas o casi ninguna satisfacción. Es la conciencia de que el ser humano se haya escindido de Dios lo que la impulsa a buscar permanentemente, al menos en la palabra, la reintegración con el absoluto originario.

Aunque su vida fue de constantes pérdidas de los seres amados, Olga Orozco estuvo convencida que esta reintegración sólo era posible a través del amor y una y otra vez emprendió su ruta por medio de lo que llamó “los juegos peligrosos”, es decir ese constante atravesar los nunca seguros intersticios de la magia, la astrología, la cartomancia y las posibilidades reveladoras de los sueños:

Aquí está lo que es, lo que fue, lo que vendrá, lo que puede venir.
Siete respuestas tienes para siete preguntas.
Lo atestigua tu carta que es el signo del Mundo:
a tu derecha el Ángel,
a tu izquierda el Demonio.
¿Quién llama?, ¿pero quién llama desde tu
nacimiento hasta tu muerte con una llave rota, con un anillo
que hace años fue enterrado?
¿Quiénes planean sobre sus propios pasos como
una bandada de aves?
Las Estrellas alumbran el cielo del enigma.
Mas lo que quieres ver no puede ser mirado cara a cara
porque su luz es de otro reino.
Y aún no es su hora. Y habrá tiempo.
Vale más descifrar el nombre de quien entra.
Su carta es la del Loco, con su paciente red de cazar
mariposas.
Es el huésped de siempre.
Es el alucinado Emperador del mundo que te habita.
No preguntes quién es. Tú lo conoces
porque tú lo has buscado bajo todas las piedras y
en todos los abismos
y habéis velado juntos el puro advenimiento del milagro:
un poema en que todo fuera ese todo y tú
-algo más que ese todo-.
Pero nada ha llegado.
Nada que fuera más que estos mismos estériles
vocablos.
Y acaso sea tarde.


No invoques la Justicia. En su trono desierto se asiló la serpiente.
No trates de encontrar tu talismán de huesos de pescado,
porque es mucha la noche y muchos tus verdugos.
Su púrpura ha enturbiado tus umbrales desde el amanecer
y han marcado en tu puerta los tres signos aciagos
con espadas, con oros y con bastos.
Dentro de un círculo de espadas te encerró la crueldad.
Con dos discos de oro te aniquiló el engaño de
párpados de escamas.
La violencia trazó con su vara de bastos un relámpago
azul en tu garganta.
Y entre todos tendieron para ti la estera de las ascuas.
He aquí que los Reyes han llegado.
Vienen para cumplir la profecía.
Vienen para habitar las tres sombras de muerte
que escoltarán tu muerte
hasta que cese de girar la Rueda del Destino.

(La cartomancia)


3 | La muerte constante más allá de la vida, en vida y desde el corazón será el otro gran tema de su poesía. La muerte tratada siempre como presencia viva acechante siempre en el recuerdo presente, reconstrucción del tiempo de dicha y el tiempo de dolor. La muerte concebida como tránsito hacia una claridad más diáfana, como sugiere Manuel Ruano, menos efímera. La muerte como sucesión de espectros, familiares, literarios, íntimos, “espectros que regresan desde lejos por detrás de los sueños y por delante del porvenir”. Sí, la muerte que sólo existe porque existimos, temiéndola y aguardándola, como esa casa a la que hemos de volver:

Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
Unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
La humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
Aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí
igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como un rayo,
no en el tumulto incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura
que los cambiantes sueños, allá, donde escribimos la sentencia:
"Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento".
 
(Las muertes)


César Seco (Venezuela, 1959). Poeta y ensayista. Bibliotecario y promotor cultural. Fundador de la Casa de la Poesía Rafael José Álvarez y de la Bienal de Literatura Elías David Curiel, en Coro su ciudad natal. Ha publicado: El laurel y la piedra (1991,24), Árbol sorprendido (1995,24), Oscuro Ilumina (1999,24), Mantis (2004,24), El Viaje de los Argonautas y otros poemas (2006,24), todos reunidos en Lámpara y silencio, antología poética (2007,24), publicada por Monte Ávila Editores en la Colección Altazor. En 2009 su libro de ensayos Transpoética fue editado por El perro y la rana en la colección Heterodoxia.  En 2014 la editorial Imaginaria ha publicado La playa de los ciegos, y Ediciones Madriguera,  El poeta de hoy día, ambos libros de poesía.  Miembro de los consejos de redacción de la las revista IMAGEN (Centro de Estudios Literarios Latinoamericanos Rómulo Gallegos) y POESIA (Departamento de Cultura de la Universidad de Carabobo). Colabora con distintas revistas nacionales y extranjeras, tanto impresas como digitales. 
Contacto: poesia_58@yahoo.com

Con-fabulación No. 431 - Colombia 

16/9/16

Vikingos                                              
                                                                              

El origen de la palabra es discutido. En textos rúnicos se usa la forma fara í víking como "ir de expedición".  El nombre víkingr alude entre los escaldos a los marineros y guerreros que participan en expediciones de ultramar, aunque en textos posteriores como las sagas islandesas implica saqueos o piratería y ya excluye expediciones comerciales.  El nombre también se usa como nombre de persona en algunas runas suecas. Hay pocas señales de que el término tuviera connotaciones negativas antes de que terminara la era vikinga.

Existen más teorías sobre su origen, algunas bastante improbables. Algunos eruditos han sugerido que la palabra proviene del sajón wic, un campamento militar. Otros sostienen que procede de la frase vik in, que significa ‘bahía adentro’, refiriéndose así a sus desembarcos; o puede derivar de la palabra vík en nórdico antiguo, que significa bahía pequeña, cala o entrada. Otros opinan que procede de vig (una batalla, aunque es improbable por motivos fonológicos), o de vijka, que significa mover o desviarse, haciendo de un vikingo ‘el que da un rodeo o se desvía’.

Algunas teorías han vinculado la palabra vikingo como variante de la región geográfica de Viken, bajo el significado "una persona de Viken". Según el argumento, un vikingo simplemente describe a una persona que procede de Viken, y que solo fue durante los últimos siglos que la palabra identifica a los escandinavos de la Edad Media en general.

En inglés antiguo, la palabra wicing aparece en el poema del siglo IX Widsith, así como en la historia de Adán de Bremen sobre 1070. Se usaba en la práctica como sinónimo de pirata. La palabra se perdió y no se usa en textos posteriores, siendo viking reintroducido en el Renacimiento vikingo del Romanticismo, que los idealizó y dio pie a la extensión del adjetivo a «religión vikinga», «cultura vikinga» entre otros. En español se introdujo desde el inglés.

El nombre hacía referencia a la actividad, no al origen étnico, siendo la extensión del término al pueblo escandinavo, una metonimia moderna. En textos escandinavos, incluso hoy en día, el término se usa normalmente para especificar a los expedicionarios.  La cuestión de si eran o no una cultura ha sido objetivo de diversos debates. Olaf Ragnusson, experto en el tema, así lo defiende en su libro "Vikings: The Greatest Civilization", con base en la sociedad agraria y con un gobierno que tenían. Por ejemplo, el término se usa para las culturas germanas, excluyendo a los Sami, originarios también de Escandinavia.

Este nombre fue, sin embargo, poco usado fuera de Escandinavia. Son frecuentes las formas varegos (del mar Varego o mar Báltico) y nordmanni (normandos, literalmente «hombres del norte»), de origen franco. Mientras, los cronistas alemanes los describen como ascomanni, «hombres del fresno», una descripción que puede deberse a alguna de estas dos teorías: El hecho de que el árbol sagrado de los vikingos, Yggdrasil, es un fresno. O también que el primer hombre, Ask, fue creado según la mitología nórdica por Odín y sus hermanos, Vili y Ve, a partir de un tronco de fresno que encontraron.

La primera mujer, Embla, fue creada a partir de un tronco de olmo. Las fuentes musulmanas hispanas se refieren a ellos como mayus (literalmente, «magos», nombre dado a los sacerdotes mazdeístas y utilizado por extensión para referirse a los paganos); las fuentes eslavas, como Rus (posiblemente del nombre finés para Suecia Ruotsi), y las bizantinas, como Rhos (del adjetivo griego para rojo, por su complexión rubicunda) o Varangoi (probablemente del antiguo noruego Var, voto o juramento, que describe una banda de hombres que habían jurado fidelidad entre sí).

Estos nombres se usaban indistintamente para todas las naciones escandinavas, fueran noruegos, suecos o daneses. Por ejemplo, Adán de Bremen, en un escrito en torno a 1075, se refiere a «los daneses y los suecos y otras gentes más allá de Dinamarca (noruegos) llamados escandinavos». Por lo tanto, cuando las crónicas hacen referencia repetidamente a Dene o Dani, no debería asumirse que los vikingos en cuestión provenían necesariamente de Dinamarca. Sólo los irlandeses, que los llamaban Lochlannach (gente del norte) o Gaill (forasteros o extranjeros), Dubgaill y Finngaill era los términos para distinguir entre daneses (Finn-gaill, extranjeros blancos) y noruegos (Dubh-gaill, extranjeros negros).


 

20/8/16

SALVATORE QUASIMODO

                                                                                       
Poeta y periodista italiano nacido en Módica, Sicilia, el 20 de agosto de 1901 († 14/6/68 - Amalfi, Nápoles). 
Miembro del movimiento hermético italiano, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1959.
                                                                                                                                                                 

Ognuno sta solo sul cuor della terra 
trafitto da un raggio di sole; 
ed è subito sera


Cada uno está solo sobre el corazón de la Tierra 
traspasado por un rayo de sol; 
y de pronto anochece  


Traducción del poeta y académico Horacio Armani.

25/7/16

¿Sabes la diferencia entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros?

Por Javier Sanz - Zaragoza, España


Un error común que se acostumbra a cometer al hablar de la piratería de los siglos XVI, XVII y XVIII, es poner en el mismo saco a, por ejemplo, Sir Francis Drake, Henry Morgan y Edward Teach Barbanegra. ¿Qué hubiera pensado el primero, un noble marino leal siervo de la reina Isabel I de Inglaterra, al saber que lo comparaban con el tercero, un sanguinario delincuente del mar? Seguramente, no le hubiera gustado para nada. Esta equivocación tan común —incluso entre historiadores— proviene de la confusión de términos para designar actos delictivos en el mar, ya que, habitualmente, los términos pirata, corsario, bucanero y filibustero, se utilizan casi como sinónimos. Primero de todo, debemos tener en cuenta que estas cuatro palabras solo se pueden contextualizar a la vez en la historia marítima de América, sobre todo, del Caribe, ya que la piratería del Mediterráneo o del Mar de la China se regía por otros actores. Si bien existían piratas y corsarios, los bucaneros y los filibusteros eran exclusivos de la América Central. A pesar de que estos hombres y muchos de sus contemporáneos, así como los actos que cometieron, se agrupan bajo el gran paraguas que es el término piratería —por ser todos ellos actos de bandolerismo y pillaje a bordo de un navío—, existen diferencias suficientemente significativas entre ellos como para poder distinguirlos.



En primer lugar tenemos a los piratas —cuyo vocablo procede la palabra griega peirates, que no es otra cosa que un aventurero del mar—, cuya presencia en el mundo es tan antigua como la navegación. Sin embargo, durante los siglos XVII y XVIII vivieron su época dorada, atacando libremente navíos e instalaciones de las coronas portuguesa y española. Estos ataques, a pesar de que se centraban en las posesiones de estas dos potencias europeas, no tenían detrás un significado nacional, ya que los piratas, procedieran de dónde procedieran, atacaban indiferentemente a cualquier navío que les pudiera dar beneficios en forma de riquezas de todo tipo. Los ejemplos más claros de piratas fueron Edward Teach Barbanegra, Calico Jack Rackham y Bartholomew Roberts Black Bart.

Barbanegra

Por otro lado, ya desde mucho antes de su aparición en el caribe, existieron los corsarios, cuyo grado de delincuencia fue y es motivo de controversia, ya que muchos los consideraban delincuentes y otros héroes nacionales. Los hombres y navíos que eran denominados corsarios, viajaban bajo la protección de una patente de corso —palabra procedente del latín cursus, carrera—, un documento en el que un rey les daba autorización a atacar barcos y enclaves de las potencias enemigas. En este sentido, fue muy habitual, en una América Colonial dominada por castellanos y portugueses, que las coronas de Francia, Inglaterra y Holanda, incluso siendo aliadas de alguna de las primeras, autorizasen a diversos barcos y capitanes atacar las posesiones de las potencias peninsulares. Estos ataques, si bien en muchas ocasiones reportaban beneficios económicos, su único objetivo no era robar, sino también entorpecer las actividades comerciales que se realizaban en los territorios enemigos; así como detener el transporte de riquezas hacia el Viejo Mundo y, de este modo, complicar el mantenimiento de las guerras en Europa, por ejemplo. Fueron corsarios hombres como Sir Francis Drake, Walter Raleigh o Henry Morgan.

Sir Francis Drake

De entre los protagonistas exclusivos del Caribe, unos fueron los filibusteros. El origen de esta palabra es muy confusa, hay autores que defienden su origen en la palabra holandesa vrij buiter —el que captura el botín libremente—, traducida al inglés como free booter y al francés como flibustier. Para otros, en cambio, procede del vocablo holandés vrie boot, que se traduce al inglés como fly boat o embarcación ligera, describiendo el tipo de naves utilizados para cometer sus ataques. Estos hombres, que al principio actuaron por libre atacando naves pequeñas sin alejarse demasiado de la costa, fueron los primeros en convertir la piratería en algo más que un delito, llegando a crear una sociedad filibustera en las costas de Santo Domingo y la Tortuga, llamada la Hermandad de la Costa. Sin embargo, con el paso del tiempo, los gobiernos europeos vieron una utilidad en los filibusteros, y acogieron a muchos para que centrasen sus ataques sobre los territorios enemigos de sus patrocinadores, convirtiéndose en un punto medio entre el pirata y el corsario, pudiendo hablar de piratas domesticados. Seguramente, uno de los filibusteros más conocidos fue Jean David Nau, más conocido como François l’Olonnais, que se convirtió en el terror del Caribe durante casi veinte años.

François l’Olonnais

Finalmente, pero no menos importante, vamos a ver quiénes fueron los bucaneros. Estos hombres, cuyo origen es exclusivamente caribeño, en un principio eran cazadores de reses y cerdos salvajes de las islas. Su nombre procede del procedimiento, de origen indígena, que utilizaban para asar y ahumar la carne, llamado boucan. Esta carne era vendida en la costa a los navíos que ahí recalaban. Al ser perseguidos por las autoridades coloniales en Santo Domingo, principal enclave bucanero, muchos de ellos abandonaron su oficio para convertirse en piratas, como dijo Gosse “de matarifes de reses, se convirtieron en carniceros de hombres“. Tanto por el tipo de ataques, cercanos a la costa, como por su proximidad cronológica y geográfica, muchos bucaneros se fusionaron con los filibusteros, formando las primeras tripulaciones cuyo único fin eran los actos de piratería, llegando a formar parte, también de la Hermandad de la Costa.

Aún habiendo presentado a estos cuatro estilos de piratería, nunca debemos olvidar que no eran compartimentos estancos, es decir, lo más habitual era que los hombres que una vez fueron piratas, pasaran a ser corsarios, o viceversa; del mismo modo que muchos bucaneros acabaron siendo filibusteros, para después pasar a ser corsario. Por lo que podríamos afirmar que había una alta tasa de permeabilidad entre los diferentes grupos de bandoleros marinos. Como hemos visto, tanto corsarios, como filibusteros, como bucaneros y piratas, tuvieron su momento de gloria, sin embargo, fueron los últimos los que, con el tiempo, permanecieron en el imaginario popular. Estos personajes, a pesar de ser delincuentes, rufianes y peligrosos, pasaron de ser diablos a convertirse en héroes románticos, que si bien podían robar y matar, lo hacían para defender su vida en libertad, lejos de los dominios de los grandes monarcas europeos.

Colaboración de Francesc Marí Company
Fuente: http://historiasdelahistoria.com/2015/07/08/sabes-la-diferencia-entre-piratas-corsarios-bucaneros-y-filibusteros

10/7/16


Para quién se escribe
                                                                                                                                                                

Por Amilcar Bernal Calderón

La asociación de ideas resultante de la coincidencia entre un libro de la biblioteca rayado por un vándalo lector y el recuerdo de la imposible lectura de la novela Ulises, de don James Joyce, posibilitó que en esta madrugada de sábado insomne, tratando de leer a don Julio Cortázar, me haya dado por escribir este exabrupto, que seguramente no será publicado por nadie que respete los monumentos y se incline ante los mitos que la inercia erige. Me refiero a la inercia, porque estoy acostumbrado a que en el ámbito literario se convierte en norma lo que cualquier crítico proclama, aunque el pobre se haya equivocado o esté loquito o le hayan pagado (alguna editorial necesitada de vender un ladrillo disfrazado de novela) para que afirme lo que afirma. Agradezco recordar que al pobre gerundio le cayó la roya desde cuando un crítico dijo que estaba mal usarlo en literatura, o el caso del cuento chino de que en los cuentos es más valioso lo que se oculta que lo que se dice, la teoría del iceberg, que sirvió para vender muchas veces los tontos cuentos de don Ernest Heminway. Ojalá se despierten los polemistas y la emprendan contra mí, lo que me hará sentir vivo a pesar de lo mortuorio de mi edad.
Ya la semana pasada había abandonado la lectura de la novela El examen, también de don Julio, y me había quedado en la boca el regusto amargo del recuerdo de mis vanos intentos de leer Ulises, del irlandés de marras, amén de mis lecturas de Rayuela y Sesenta y dos, modelo para armar, del recordado Cronopio, que en su momento, cuando era joven y soberbio, me habían gustado. Nótese que ya anteriormente me había disgustado, en los cuentos de Cortázar, esa fastidiosa y persistente utilización de la coma donde debiera ir punto y coma o punto seguido, lo cual agradezco me sea explicado, o sustentado literaria y sabiamente, por alguno de los que se vayan lanza en ristre contra mis exabruptos. Pero también aclaro que encuentro muy poética la prosa cortazariana, a pesar de los problemas arriba citados, para mí, tanto que gozo mucho abriendo sus citadas novelas en cualquier página y dejándome llevar por sus figuras, sus imágenes, sin necesidad de enterarme del argumento de ellas. Recomiendo la lectura del poemario Algunos pameos y otros prosemas, de don Julio Cortázar (¡sí, también era poeta, sí, oh, sí!), que publicó Plaza & Janés Editores, S.A. en el año 2000. Yo puedo prestar el ejemplar que tengo, siempre y cuando quien me lo pida no sea político, cura o militar.
Hoy estoy abandonando la lectura de la novela Divertimento, también de don Julio, a quien parece que se la monté, in memoriam, porque la encuentro, igual que todas las anteriormente citadas, plagada de palabras abstrusas, de citas en inglés y francés, crípticas alusiones a pintores, literatos y músicos, amén de las incoherencias de sus personajes que, a mí que tengo experiencia en esos viajes, me parece que “se la fumaron verde”.
Cito, para comenzar, el prólogo escrito por don José María Valverde para la 8.a edición de Ulises, editorial Bruguera, 1983, que dice así:
“La mejor manera de leer Ulises sería zambullirse directamente en sus páginas, dejándose llevar por el poderío musical y ambiental de su palabra, y encomendando confiadamente sus oscuridades a la esperanza de una gradual familiarización con la obra. Sólo para la relectura -esencial como en toda gran cima de la literatura universal- sería ya plenamente lícito utilizar informaciones y referencias externas. De hecho, lo relatado en Ulises es sencillísimo, y aun vulgar: la dificultad del libro radica en que su autor, como gran poeta que es, aunque en prosa, tiene una viva memoria verbal –incluso auditiva- y no sólo incorpora las innumerables asociaciones lingüísticas que hay en su mente –citas literarias, trozos de óperas, canciones, vocablos extranjeros, chistes y juegos de palabras, términos teológicos y científicos, etcétera- sino que supone que el lector debe tener el mismo don de buena memoria –aparte de que, lo que ya es demasiado pedir, ha de poseer su mismo archivo de recuerdos sonoros…”
Les informo que este prólogo tiene una extensión de sesentaicinco páginas, porque seguramente el prologuista se extendió tratando de convencer al lector de que leyera la novela, a pesar de lo descorazonador (para los lectores como yo, que ven la literatura como una fuente de diversión, no de sabiduría) del comienzo del prólogo.
Ahora bien, antier, cuando llegué al mostrador de la biblioteca donde tramitan el préstamo de los libros, ojeé el ejemplar de Divertimento y encontré que el anterior lector –que ojalá se pudra en el infierno de los libros quemados por los inquisidores de todas las pelambres- había subrayado con lápiz las palabras que no entendía, montones, lo que fue, seguramente, la primera piedra de este castillo que está sacando de sus casillas a los literatos prepotentes que leen y escriben para descrestar calentanos, sin interesarse por la claridad y sencillez –no ajenas al buen arte- que debe acompañar a una obra destinada a divertir por la vía del asombro. Nótese que leyendo a Gabo, por ejemplo, varias veces en una misma página me he quedado sin aliento, tomado por esa alegría visceral y paralizante que contagia el ingenio, la genialidad, mientras en una misma página de las arriba citadas novelas, varias veces he sentido la necesidad de acudir al diccionario, a un buscador de internet, lo cual es un factor de distracción que hace perder el hilo de la narración y es la causa del abandono de la lectura.
Es bien probable que don Julio haya tratado de emular a don James, y a fe mía que lo consiguió en estas novelas y algunos de sus relatos (escritas para sabios, académicos, críticos, melómanos, lingüistas, estudiosos, ñoños, etc.), pero eso únicamente los iguala en el panteón de lo críptico, lo ilegible, lo desechable, que no es el cielo al que diariamente me lleva la buena literatura, y me obliga a formular la pregunta que da título a este disparate que seguramente se ha de comer el cajón de la basura.

 Con-fabulación No. 420 - Colombia