24/3/15

Pedro Páramo, 60 años

Debido a que esta semana se cumple el sexagésimo aniversario de la publicación de Pedro Páramo, reproducimos a continuación un fragmento del libro Pedro Páramo - Murmullos, susurros y silencios, de la autoría de Fabio Jurado Valencia, donde este destacado profesor aborda la iniciación crítica de la paradigmática novela de Juan Rulfo. 



Pedro Páramo: Un apunte sobre la recepción de la novela

Es notable la angustia de Rulfo cuando exponía frente a los demás becarios los avances de la novela. Angustia más por sus propias dudas que por los juicios que pudiera recibir. Entre los becarios estaba el poeta Alí Chumacero, quien inicialmente elogia los fragmentos que Rulfo presenta. Parece que cuando Chumacero lee la novela ya publicada no tiene la misma impresión que cuando leyera los fragmentos. Chumacero es el primero que escribe una nota crítica sobre Pedro Páramo. La nota se publica en la Revista de la Universidad, el Nº 8, del volumen IX, de abril de 1955. La novela comenzó a distribuirse en el mes de marzo del mismo año. Es decir, un mes después de publicada, Pedro Páramo iniciaba su vida crítica, la que hoy todavía continúa.
La nota de Alí Chumacero es ambivalente: es prevenida y es elogiosa; habla del autor y habla de los textos:

Su inmediato prestigio nació de unos cuantos cuentos –sencillos algunos, complicados los menos– sobresalientes por la cualidad que ha de ser imprescindible en todo cuentista: la de «saber contar». Frases llanas, provistas de un poder afín a lo terrible y vibrando al transcurrir de argumentos desagradables, siembran esas páginas de premeditadas sorpresas aptas para asombrar incautos pero firmemente estructuradas con la tranquila desesperación de un ávido cálculo literario. Hechos insólitos, recogidos en monótonas maneras monologales, se incorporan a la literatura joven de México por medio de esa manía evocadora de Juan Rulfo. Su libro contiene el balance de varios años de aprendizaje y, con no pocas muestras, se sitúa entre los mejor logrados de nuestras últimas generaciones. (1987: 282).
«Unos cuantos cuentos», «argumentos desagradables», «(páginas) aptas para asombrar incautos», «monótonas maneras monologales», «manía evocadora», son calificativos más resonantes y más incisivos que cuando reconoce que Rulfo sabe contar y que «se sitúa entre los mejor logrados» de las últimas generaciones. No estaba muy convencido Chumacero de los alcances universales de la obra narrativa de Rulfo. Frente a la novela es demoledor. Luego de exaltar la fina construcción de personajes como Pedro Páramo, Susana San Juan y el padre Rentería, al finalizar la nota, Chumacero nos dice:

En el esquema sobre que Rulfo se basó para escribir esta novela se contiene la falla principal. Primordialmente, Pedro Páramo intenta ser una obra fantástica, pero la fantasía empieza donde lo real aún no termina. Desde el comienzo, ya el personaje que nos lleva a la relación se topa con un arriero que no existe y que le habla de personas que murieron hace mucho tiempo. Después, la llegada del muchacho al pueblo de Comala, desaparecido también, y las subsiguientes peripecias –concebidas sin delimitar los planos de los varios tiempos en que transcurren– tornan en confusión lo que debió haberse estructurado previamente cuidando de no caer en el adverso encuentro entre un estilo preponderantemente realista y una imaginación dada a lo irreal. Se advierte, entonces, una desordenada composición que no ayuda a hacer de la novela la unidad que, ante tantos ejemplos que la novelística moderna nos proporciona, se ha de exigir de una obra de esta naturaleza. Sin núcleo, sin un pasaje central en que concurran los demás, su lectura nos deja a la postre una serie de escenas hiladas solamente por el valor aislado de cada una. Mas no olvidemos, en cambio, que se trata de la primera novela de nuestro joven escritor y, dicho sea en su desquite, esos diversos elementos reafirman, con tantos momentos impresionantes, las calidades únicas de su prosa. (1987: 285).
En México ha existido la idea de que un escritor no puede serlo de una obra o de dos sino de muchos libros. Pedro Páramo es, para Chumacero, la novela de un principiante, de la cual sólo se puede rescatar el «valor aislado» de cada una de las escenas, es decir, de los fragmentos que él había conocido en el Centro Mexicano de Escritores. El crítico espera una novela que se ajuste a la estructura canónica del género: con una ordenada composición, con «núcleo» y «pasaje central». ¿Qué tanto influyó esta nota crítica para que Rulfo desistiera de «entregar» una nueva novela y que destruyera algunos borradores?. Para bien o para mal; no lo sabemos. Lo interesante es que en el mismo año, unos meses después de que Chumacero publicara su artículo, otro mexicano, Carlos Fuentes, en París, escribe una nota muy elogiosa sobre la novela de Rulfo, la que será reimpresa en el Nº 8 (1956) de la revista Mito, en Colombia.
Así, dice Fuentes, también en 1955:
Con Pedro Páramo, publicada recientemente por el Fondo de Cultura Económica en su serie «Letras Mexicanas», el joven escritor Juan Rulfo renueva y fertiliza el campo de la novelística mexicana. Esta, después de los grandes testimonios de Martín Luis Guzmán (El águila y la serpiente) y Mariano Azuela (Los de abajo), verdaderos reportajes, que alcanzan la emoción en virtud de la brutalidad y sencillez dramática de los hechos narrados, no había podido superar el carácter naturalista, exterior, de tesis, a que esas dos obras parecían condenarla. Ahora, Rulfo ha comprendido que toda gran visión de la realidad es obra, no de la copia fiel, sino de la imaginación, y, como Orozco y Tamayo en la pintura, como Octavio Paz en la poesía, ha captado los tonos de la naturaleza interna de México. (1956: 32).
Le apostó Fuentes, sin ambages, a esta novela por entonces extraña, y ganó con la apuesta; notas posteriores suyas reconfirmarán sus intuiciones al ver en Pedro Páramo la novela culminante, de ruptura, de la literatura mexicana. Y Fuentes parece responder a las observaciones agudas de Chumacero:
Esta recreación es expuesta por Rulfo mediante una alteración del tiempo que no es fortuita: ella obedece a la acumulación desordenada de la memoria mexicana, al sentido de las superviviencias, de las pugnas jamás canceladas, de las sangres derrotadas y victoriosas que se agitan en el ser de México. Y dentro de este plan de reflexivo desorden, Rulfo nos habla, en primer término, de una naturaleza que retrata un conflicto. La capacidad de recreación poética de Rulfo frente a la naturaleza es muy semejante a la de D. H. Lawrence. Como en el autor de La serpiente emplumada, en Rulfo la descripción natural no es nunca algo aparte, un descanso, sino un todo ubicuo que se integra, desde las primeras páginas en la conciencia del lector y de los personajes: «Mi pueblo, levantado sobre una llanura. Lleno de árboles y hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos». (1956: 33).

Carlos Fuentes se adelanta a las hipótesis interpretativas que la mayoría de los críticos señalarán en torno a la novela: detrás de la supuesta ilogicidad hay una coherencia que tiene que ser reconstruida por el lector; la «des-estructuración» de la novela se corresponde con la des-estructuración cultural del mundo de los mexicanos, lo que permite comprender su carácter altamente sincrético.

Con-fabulación Nº 367
- Colombia

11/3/15

Cuánto cuesta ponerle el punto final a una historia


La literatura universal está llena de obras maestras que los lectores consideran perfectas, pero sus autores nunca dan por terminadas; casos que ilustran la máxima.




En el célebre arranque de su novela El final del romance, Graham Greene escribió: "Una historia no tiene ni principio ni final: uno escoge arbitrariamente el momento de la experiencia desde el que mira adelante o hacia atrás". Tal vez los novelistas puedan elegir el momento narrativo desde el que comienzan su relato, incluso aquel con el que lo acaban. Pero otra cosa muy diferente es cuándo terminan de escribir una obra, porque muchos autores sienten que no lo hacen nunca. "Borges decía que el concepto de «obra definitiva» es sólo fruto de la teología o del cansancio", recuerda Alberto Manguel, autor de Una historia de la lectura y lector del autor argentino cuando perdió la vista.

La relación de los escritores con sus obras es tan intensa como la relación con sus propias vidas: algunos prefieren no mirar atrás, otros no paran de hacerlo, algunos son perfeccionistas hasta el infinito, otros prefieren que las obras se queden como están. La mayoría de los autores, lo confiesen o no, no puede evitar observar por la cerradura su vida y, por lo tanto, de su escritura. Desde Marguerite Yourcenar hasta Juan Ramón Jiménez, Milan Kundera, Ludwig Wittgenstein, que rechazó las tesis de la obra que lo convirtió en un autor mundialmente famoso, El Tractacus lógico-philosophicus, o Kafka, que pidió la destrucción de todos sus libros, la literatura universal está llena de obras maestras, que los lectores consideran perfectas, pero cuyos autores nunca dieron por terminadas.

"La reescritura siempre ha sido para mí una norma de trabajo, un texto artístico se puede corregir interminablemente", explica el poeta y narrador José Manuel Caballero Bonald, premio Cervantes en 2012, cuyas poesías completas están reunidas en Somos el tiempo que nos queda. El novelista Juan Goytisolo, que el próximo recibirá el máximo galardón de las letras españolas, también es un inagotable corrector: "He suprimido páginas enteras de Juan sin Tierra y en otras obras no he tocado nada, más allá de alguna errata. Toco cuando encuentro que lo que escribo no se corresponde con lo que espero del libro. La obra que cuenta es la que decide el autor. El que tenga una edición antigua de Juan sin Tierra o de La saga de los Marx debe saber que existe una edición posterior. La última es la que cuenta". "En todos he cambiado cosas", confiesa, por su parte, Javier Cercas, que publicó a finales de 2014 El impostor y una reedición de El vientre de la ballena, su tercera novela, en la que introdujo notables cambios. "Le hice una auténtica liposucción, porque tenía la intuición de que la novela era celulítica y que dentro de ella había un buen libro; creo que la intuición era exacta", afirma el escritor, que antes había convertido su primera obra, el libro con cinco relatos El móvil, en una novela corta con uno de ellos. 

"Ahora estoy releyendo Soldados de Salamina porque se va a publicar en mayo una edición revisada. He corregido adjetivos, más de una frase de sintaxis pedregosa, incluso algún anacronismo. Los poemas no se acaban, decía Valéry, sólo se abandonan; con los libros pasa lo mismo."

Los ejemplos son infinitos. La narradora Marta Sanz reescribió su novela La lección de anatomía, publicada en 2008 y reeditada en 2014. "No sentí que traicionase a los lectores de la primera versión, al contrario, estoy muy agradecida de que me dieran la oportunidad de reescribir mi libro", explica. "Si el autor tiene sentido de la autocrítica, tiende a mejorar las cosas. Desengrasé el estilo. Es en realidad un libro nuevo porque incluí dos capítulos y parcelé de otra forma toda la narrativa. El bueno es el último porque reflejamos lo que aprendemos."

También están los escritores que, una vez terminado el libro, cuando éste ha empezado su vida propia, se dan cuenta de que existen historias que, como ramas, surgen de sus páginas. El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince -con su libro La Oculta de próxima aparición- explica cómo surgió una nueva obra de su novela más célebre, El olvido que seremos. Sin embargo, Abad Faciolince no es partidario de volver sobre lo escrito. "Creo que un libro es una especie de espejo de lo que uno era en el momento que lo escribió. Como uno deja de ser el que era, ya hay muchas cosas de los viejos libros que te suenan extrañas, ajenas, incluso malas, entonces uno tiene la tentación luciferina de cambiarlas. Pero al cambiarlas, el libro se vuelve un híbrido que ya no funciona, pues el escritor de hoy es distinto al de hace 20 años, y los libros corregidos por el mismo autor quedan raros, como si hubieran sido escritos a dos manos", explica.

http://www.lanacion.com.ar/1775051-cuanto-cuesta-ponerle-el-punto-final-a-una-historia