30/4/13

El país de las mujeres poetas
Por José Luis Díaz-Granados*
 
 
Cuando alguien nos pregunta por los escritores uruguayos favoritos, de inmediato se nos vienen a la cabeza los nombres de Juan Carlos Onetti, Enrique Amorim, Felisberto Hernández, Mario Benedetti y Eduardo Galeano, narradores de indiscutible talento y rigor estilístico.
Pero hay más: siendo Uruguay un territorio relativamente pequeño (sólo 175 mil kilómetros cuadrados de extensión y una población de 3 millones de habitantes), su bagaje intelectual es considerable.
Allí está, asomando su cabecita entre dos gigantescos vecinos: Brasil y Argentina, que en total suman 12 millones de kilómetros cuadrados y más de 180 millones de habitantes. Y sin embargo, Uruguay tiene una tradición literaria de primera línea con nombres como Juan Zorrilla de San Martín, autor de la epopeya nacional Tabaré, José Enrique Rodó, el pensador de Ariel y Los motivos de Proteo, Florencio Sánchez, padre del moderno teatro y el insuperable maestro del cuento corto, Horacio Quiroga.
Además, dio tres geniales aportes a la literatura de Francia con Isadore Ducasse, “Conde de Lautreamont”, Jules Laforge y Jules Supervielle.
Pero no todo termina ahí. Uruguay se destaca por poseer un extraño y hermoso privilegio: es el país que más mujeres poetas (o poetisas) ha producido en el planeta con respecto a su tamaño geográfico y demográfico, y teniendo en cuenta la alta calidad literaria de sus obras.
El torrente maravilloso se inicia con María Eugenia Vaz Ferreira –contemporánea de los modernistas José Santos Chocano, Leopoldo Lugones, Guillermo Valencia y su paisano Julio Herrera y Reissig–, poeta de melancólico acento. Con su libro La isla de los cánticos, publicada después de su muerte, acaecida en 1924, logró reconocimiento universal.
Delmira Agustini, nacida en 1886, expresó sus sentimientos a través de hermosas imágenes en versos de gran perfección formal. Asesinada a los 28 años por su esposo, celoso patológico que luego se suicidó, la vida y obra de la Agustini de confunde con la leyenda.
La trilogía modernista la completa otra poetisa de audiencia universal: Juana de Ibarbouru (1895-1979), llamada “Juana de América”, y quien con su primer libro, Las lenguas de diamante, publicado en 1919, se consagró tempranamente.
Posteriormente, esa poesía inicialmente ardorosa y erótica, derivó hacia tonos de marcado acento intimista, con predilección hacia los temas domésticos: la infancia, la familia, la maternidad, la naturaleza, etc. Las tres autoras inauguran un ciclo singular, yo diría único, de mujeres poetas que logran capturar al lector hacia insospechadas dimensiones de la lírica.
Sara de Ibáñez (1910-1971), cuyo primer libro, Canto, editado en 1940, está precedido por un entusiasta prólogo de Pablo Neruda. Casada con Roberto Ibáñez –poeta de hondas indagaciones existenciales–, se destacó por su gran riqueza expresiva, en libros como Hora ciega, Artigas y Apocalipsis 20.
La poesía de Clara Silva aparece como un retorno al romanticismo dentro de estructuras de tono más libre. Y aún más vehemente es el tono poético de Idea Vilariño, aunque más inclinada a las expresiones melancólicas, a la angustia existencial y a las más exquisitas depresiones.
Por su parte, otra autora de poemas muy leída por sus contemporáneos y aún por los más jóvenes, es Ida Vitale –nacida el año en que murió María Eugencia Vaz Ferreira–, preocupada por el misterio del tiempo y del ser, que a veces la lleva a inclinar su sentimiento hacia cierta elación mística. Cada uno en su noche, es su libro capital.
Son muchas y diversas las voces líricas del Uruguay, el país más pródigo en mujeres poetas. Algunas de ellas son también narradoras como las muy conocidas Cristina Peri-Rossi, Silvia Lago, Judith Baco, Raquel Martínez, Mercedes Rein y Rosario Peyrou.
No sé si Ana Basualdo sea poetisa, pero el fusilamiento invisible de que fue víctima en el Uruguay de los 70 contado por Eduardo Galeano en sus Días y noches de amor y de guerra, la han convertido a ella no sólo en leyenda viva sino en desgarrador poema.
María Esther Gilio, también periodista y narradora, ganó el Premio “Casa de las Américas” en La Habana, con su vigoroso testimonio sobre la guerrilla tupamara. Otra uruguaya, María Gravina Telechea, también ganó el codiciado galardón cubano con su libro Lázaro vuela rojo, que en opinión del poeta español Ángel González, sorprende “por su dominio pleno del lenguaje y así mismo por la belleza y vigencia del contenido”.
Y la cosecha de belleza lírica sigue creciendo con nuevos libros de la delicada y original Amanda Berenguer –contemporánea de la Vilariño–, Marosa Di Giorgio, Adriana Genta, Sara Larocca y Stella Santos (estas tres últimas más dedicadas al teatro), Esther de Cáceres, Circe Maia, Cristina Carneiro y Martha Canfield, uruguaya que vivió muchos años en Colombia y que actualmente escribe profusamente poesía y crítica en la divina Génova.
Estoy seguro de que en las antologías de la novísima poesía del Uruguay abundan las mujeres con textos maravillosos. En fin, algo muy especial debe tener un territorio tan pequeño para que en él habiten quienes a un mismo tiempo son poetas y poemas.

José Luis Díaz-Granados
(Santa Marta, Colombia, 1946). Poeta, novelista y periodista. Obras principales: El laberinto (poesía, 1968-1984); Las puertas del infierno (novela, 1985, finalista del Premio Rómulo Gallegos); Rapsodia del caminante (poesía, 1996); Cuentos y leyendas de Colombia (1999); El otro Pablo Neruda (ensayo, 2004); Los años extraviados (novela, 2006) y Fulgor de la Calle Grande (novela, 2012). Sus libros de poesía se hallan reunidos en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).

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